Hacer Ciudad: Nuestro gran desafio.

“Cuando la sociedad le pide al arquitecto arquitectura, el buen arquitecto le entrega ciudad”. Arq. Aldo Van Eyck (1918-1999)

No conocemos su nombre pero hace poco, en algún lugar del mundo, ha nacido el habitante número siete mil millones. “Los próximos dos mil millones de personas que se agregarán a la población mundial vivirán en ciudades; en consecuencia, es necesario planificar para ellos desde ahora” advierte el informe “Estado de la Población Mundial 2011” de la ONU.
¿Dónde alojar a esos millones por venir? “El Triunfo de las Ciudades”, reciente y polémico libro del profesor de Harvard Edward Glaeser, reivindica que ellas -las grandes ciudades- son la única alternativa viable a la temible combinación de crecimiento demográfico explosivo, calentamiento global, crisis energética y pobreza endémica: “Seria mucho mejor para el planeta que su población urbana viviese en ciudades densas levantadas alrededor del ascensor, en lugar de hacerlo en áreas diseminadas construidas en torno al automóvil”. Sus estudios demuestran que la ciudad extendida de baja densidad poblacional provoca un mayor impacto ambiental y social negativo que las urbes compactas y densas. La compacidad en el ámbito urbano expresa la idea de proximidad de los componentes que conforman la ciudad, es decir, la reunión en un espacio más o menos limitado de los usos y las funciones urbanas. La compacidad, por tanto, es uno de los factores que facilitan el encuentro, el intercambio y la comunicación que son, como se sabe, la esencia de la ciudad. Potencia la probabilidad de contactos y con ellos potencia la relación entre los elementos del sistema urbano. Son su antítesis: Las distancias, la dispersión y segregación del urbanismo extendido y difuso. Por ello la casa individual exenta -mal que nos pese a los arquitectos- ha devenido en el tipo de vivienda que más energía, tierra y agua consume; siendo la contra-cara de un modelo territorial inviable y ecológicamente insostenible para los tiempos que corren. ¿Podemos seguir publicando, premiando y enseñando acríticamente estos paradigmáticos ejemplos de la “alta costura” arquitectónica sin advertir sobre sus consecuencias?
Aquí el 92% de los argentinos vivimos en ciudades y sus periferias han crecido en los últimos años de tres formas: La privada mediante barrios cerrados y similares; la pública con conjuntos habitacionales de vivienda social, y la espontánea vía asentamientos irregulares y villas miseria. Así y por distintas razones, se ha agrandado la mancha urbana sin planificación y con muy baja densidad; ocupando gran cantidad de tierras fértiles o interviniendo imprudentemente frágiles eco-sistemas de regulación hidrológica como humedales y otras zonas inundables. Hoy los barrios cerrados usan 40 mil hectáreas contra las 20 mil de la ciudad de Buenos Aires; duplican su superficie para albergar alrededor de 250 mil personas; menos gente que el barrio de Caballito. Un verdadero despilfarro del territorio más rico y productivo del planeta, en momentos en que la obtención de alimentos es vital para la humanidad. Además su dependencia del automóvil conlleva altos consumos de combustibles fósiles y emisiones de CO2 que agravan el calentamiento global. Probablemente por ello Rosario ha sido la primera ciudad del país en debatir públicamente y prohibir nuevos barrios cerrados en su periferia. Privilegiar el valor social y estratégico del suelo por sobre la especulación y la fragmentación son fundamentos de la flamante Ley.
¿Es sostenible continuar loteando al infinito la Pampa Húmeda y el Delta? Por ahora, la falta de normativa y una voluntad política clara al respecto indica que seguiremos transformando suelo agrícola en urbano a cualquier precio y de manera suicida.
Desde el sector público, la vivienda de interés social también ha evitado la densidad y el tejido urbano compacto, probablemente para alejarse del fracaso de los barrios tipo “Fuerte Apache” en los años `70. En su reemplazo este Estado ha optado – casi siempre- por conjuntos aislados de casas en las periferias; urbanizando, aquí también, tierras fértiles. Sin una reflexión arquitectónica ni de los materiales y el ambiente que se proponen; con trazados de calles ensimismados que suplantan la eficaz “manzana criolla”, estas “soluciones habitacionales” han sido una nueva oportunidad perdida para convocar a pensar, diseñar y construir un mejor hábitat para muchos. Hoy es más importante hacer ciudad que hacer viviendas.
Por eso lo sinérgico es abrir calles y urbanizar las villas, crear espacio público de calidad en zonas marginales, mejorar viviendas existentes, densificar y llevar agua potable y cloacas allí donde no existen, sanear el Riachuelo y las cuencas contaminadas del conurbano, fortalecer ciudades intermedias; apoyar, difundir y proteger la agricultura orgánica y periurbana; e invertir seriamente (como ha quedado demostrado con tanto dolor) en los trenes y el transporte público metropolitano. Ningún conglomerado urbano importante del mundo puede ser sustentable en lo ambiental y en lo social, y eficiente económicamente, sin un sistema de trenes confiable.
Barrios cerrados, conjuntos habitacionales aislados y asentamientos irregulares de pobreza extrema son, por opción o por necesidad, modelos no sostenibles de anti-ciudad.
Hacer ciudad. ¿Cómo? Compacta e intensa, mezclando gente, usos, densidades y tipologías edilicias diferentes. Con espacio público de alta calidad; plazas, calles y parques de cuidado diseño y mantenimiento. Con actividades comerciales y productivas compatibles con una vida sana. Con nuevas viviendas colectivas, cómodas, eficientes energéticamente, hechas con materiales sustentables y techos verdes. Con equipamientos culturales, educativos y sanitarios para todos. Con transporte público extendido, sostenible y diversificado. Cuidando los barrios, el ambiente y nuestro patrimonio. Separando, reciclando y disminuyendo nuestros propios desechos. Integrando y urbanizando las villas y las periferias informes. Posibilitando con políticas activas el acceso a una vivienda digna y urbana. Una ciudad mejor, más solidaria, donde impere la ley y donde los distintos podamos convivir sin tener que recurrir a muros y seguridad privada. Donde cada uno encuentre su lugar y pueda construir su propio proyecto de felicidad. Esta, como sostiene Glaeser, podría ser la respuesta a nuestra actual encrucijada.
¿Estaremos en condiciones, como habitantes urbanos, ciudadanos y colectivo profesional, de asumir este crucial desafío? ¿Podrán triunfar las ciudades? Una parte sustancial de nuestro futuro se juega en estas respuestas.

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