La pintura y la arquitectura son dos profesiones que, a través de la historia, siempre han estado íntimamente ligadas. Durante el periodo que denominamos “moderno”, la pintura comenzó a arrojar grandes ideas sobre la mesa, influidos por escritores, filósofos y artistas del momento, la pintura reflejaba al mundo en que se desenvolvía. La pintura se vería mimetizada por la arquitectura y viceversa. Se genera un diálogo entre las diferentes propuestas plásticas siguiendo a las diferentes corrientes de pensamiento de la modernidad.
Usualmente las propuestas de este periodo se movían más rápido en la pintura que en la arquitectura dadas las facilidades plásticas que este medio ofrece y las complicaciones técnicas y económicas que representa la arquitectura. Este dinamismo y mutabilidad le permite a la pintura moderna llegar rápido a México.
Hubo factores externos que impulsaron una migración masiva de europeos a América. La guerra civil española, la primera y segunda guerras mundiales y una crisis general europea forzó a mucha gente a migrar. Los desplazados se movieron por todo América incluyendo México, así llegaron a México muchos europeos con ideas innovadoras y revolucionarias.
Estas nuevas ideas fueron bien recibidas en México, se fueron adaptando al contexto nacional hasta el punto de generar una nueva rama de la pintura: el muralismo. Surgieron personajes mexicanos como Diego Rivera, Frida Kahlo, Alfaro Siqueiros, Rufino Tamayo, Matías Goeritz, Clemente Orozco entre otros. Las ideas se mezclaron con las otras nacionales, forjaron así, una identidad única, un modernismo completamente mexicano.
La pintura moderna en México forjó una identidad nacional. El muralismo en particular plasmó ideas políticas y sociales que nunca se habían tocado en el país. Se abrieron las fronteras para el siglo XX.
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